Los profesionales coinciden en que urge una actualización curricular en las universidades nacionales, tanto a nivel tecnológico como en profundizar en el trabajo práctico y en las diversas ramas que ofrece la carrera con miras al mundo laboral.
“Tecnológicamente estamos a la par con el resto del mundo, pero culturalmente quizás no tanto, y desde el punto de vista curricular hay un salto que no hemos hecho”, afirma Ignacio Romero, quien desde hace ocho años ejerce como supervisor de sistemas de información del laboratorio clínico del Hospital Félix Bulnes y es parte del cuerpo docente de un diplomado sobre sistemas de información en la Universidad de Chile.
Romero ha podido comprobar esta realidad en carne propia, pues ha visitado laboratorios en países como Alemania y Brasil precisamente para tener una referencia respecto de la realidad chilena. “Desde el punto de vista tecnológico estamos a un nivel muy similar: el equipamiento, los softwares, los sistemas que tenemos son exactamente los mismos, las mismas marcas, los mismos modelos. Tú podrías tomar tecnólogos chilenos, ponerlos en un laboratorio alemán y lo único que tendrían que hacer es aprender el idioma, y ni siquiera, porque de todas formas conocerían la interfaz, los sistemas y las pantallas”, explica.
No obstante, precisa que los tecnólogos médicos que son capaces de manejar estos equipos en el país son pocos y que, en gran medida, han debido abrirse camino por cuenta propia luego de egresar de la universidad, pues las instituciones chilenas no han actualizado sus mallas curriculares para prepararlos en estas materias.
Su experiencia personal fue así. Luego de salir del pregrado estudió un máster en informática médica, diplomados y distintos cursos relacionados con tecnologías de información y sistemas de información, y posteriormente él mismo comenzó a dictar cursos en el Centro Nacional de Sistemas de Información en Salud.
“Nosotros como profesionales trabajamos con herramientas informáticas de alta complejidad el 90 % del tiempo, diariamente utilizamos sistemas integrados de intercambio de información y la mayor parte de los egresados desconoce cómo funcionan porque las universidades enseñan muy poco o nada del tema. Si uno va a estar a cargo de un equipo que vale 500 o mil millones de pesos debería saber cómo se mueve la información dentro de él, pero en la realidad cada cual va aprendiendo cometiendo errores”, lamenta, añadiendo que debe haber un cambio curricular en las mallas de las universidades para que incorporen la informática médica como un elemento base y transversal a todas las menciones.
Carencias formativas en un mercado laboral saturado
Muchos tecnólogos médicos coinciden con este diagnóstico, aunque varios creen que las falencias en el currículum de las universidades chilenas es aún mayor, y se requiere una actualización completa de la malla, incluyendo conocimientos más especializados y mayor profundización en la enseñanza práctica.
“De acuerdo a los requerimientos que ahora existen en el campo laboral, muchas veces los tecnólogos médicos se quedan muy cortos con el pregrado en áreas como informática médica, bioinformática y biología molecular”, afirma Karena Espinoza, directora del centro asistencial y docente de investigación de la Universidad de Magallanes.
Espinoza, egresada de la Universidad de Concepción de la especialidad de morfofisiopatología y citodiagnóstico, ha dedicado su carrera a la gestión y administración en salud, a la docencia y la investigación. Durante la pandemia de Covid 19 le tocó dirigir el laboratorio más grande del país, en Punta Arenas, donde procesaron más de 300 mil muestras. Esa experiencia le permitió dimensionar las profundas carencias con que emergían al mundo laboral los nuevos egresados, no sólo de la región, sino de todo el país. “Yo entrevistaba chicos, de distintas universidades, que ni siquiera habían hecho un PCR en el pregrado, y tuve que contratarlos e ir formándolos y enseñándoles casi de cero la biología molecular”, recuerda.
Su experiencia, en todo caso, fue similar a la de Ignacio Romero. Luego de egresar del pregrado tuvo que dedicar bastantes años más a los estudios, para poder especializarse. Hizo un magíster en educación y otro en administración y gestión en salud, además de especializaciones en España y México. “Uno tiene que irse rebuscando en el camino de acuerdo a lo que va buscando, pero falta oferta de especialización real. Yo hice clases en algunos diplomados asociados a biología molecular y eran muy teóricos, cuando nuestra carrera es muy práctica. Un laboratorio es caro para una universidad, pero nuestras carreras requieren aprender haciendo”, explica, agregando que en muchas universidades el internado profesional está orientado a áreas muy tradicionales, privando a los estudiantes de prepararse para muchas oportunidades laborales que ofrece la carrera en áreas como asesoría técnica en ventas, investigación y procesamiento de alimentos.
Cecilia Leiva, gerenta general de Prolab, tiene una apreciación similar, y enfatiza en que la cantidad y características de las diferentes casas de estudio ha derivado en un proceso de saturación del mercado laboral en que las competencias, además, no son iguales para todos los egresados. “Urge una entidad que regule las mallas de estudio y la dotación de estudiantes por especialidad, así como la cantidad, calidad y experiencia del cuerpo docente a cargo. Los avances tecnológicos en el diagnóstico anátomo-patológico han tenido un crecimiento sostenido en la última década, lo cual exige que las universidades revisen constantemente sus mallas”, sostiene.
Globalización
Marioly Müller, académica de la Universidad de Chile, coincide plenamente con este diagnóstico. “La formación en tecnología médica en Chile muestra una notable heterogeneidad debido a la falta de estándares formativos uniformes. Las diferencias en los currículos y prácticas entre las diversas instituciones educativas pueden y han afectado la calidad de la formación y la competencia de los egresados, aspecto que debiera considerarse en las mesas de trabajo por ejemplo de la asociación de escuelas de tecnología médica (ASOTEM) en conjunto con el colegio”, indica, aunque advierte que esto supone, a la vez, una oportunidad para la carrera.
“La incorporación de herramientas innovadoras como la inteligencia artificial y la telemedicina podría ofrecer nuevas oportunidades y nichos de desarrollo para los tecnólogos médicos, aunque actualmente hay un estancamiento en la inversión y desarrollo en estas áreas. Personalmente considero que el potencial más grande radica en la posibilidad de internacionalización de la carrera de tecnología médica”, propone Müller, en cuya opinión con la obtención de certificaciones globales, la participación en investigación y el desarrollo de competencias multiculturales, las y los tecnólogos médicos chilenos pueden expandir sus oportunidades y contribuir al avance global en su campo.